El biólogo Luis Arranz (Santa Cruz de Tenerife, 1956) es, por usar una metáfora, el gran rey de Salonga. Su pacífico reinado se extiende sobre uno de los parques naturales más ignotos y salvajes del continente negro, un territorio más grande que Bélgica, aproximadamente del tamaño de Galicia y Asturias. Estos días ha estado de visita en nuestro país, pero se dispone a regresar en breve para ocuparse de lo suyo, que es estar al cargo de cerca de trescientos guardabosques armados, los rangers que se ocupan de velar por la fauna de ese misterioso y peligroso rincón de África.
Al charlar con él reverbera inevitablemente en la memoria de uno la imagen de un Charlie Marlowe postmoderno. Para quienes no conozcan la novela digamos que, hace 135 años, el escritor polaco Joseph Conrad fue contratado por la compañía belga SGB para trabajar a bordo de un barco de vapor en el río Congo. Escandalizado por la brutalidad que los europeos dispensaban a los africanos, nueve años después publicó The Heart of the Darkness (en castellano, El corazón de las tinieblas), claramente inspirada por aquella experiencia personal.
El argumento entero de su narración pivota sobre la voz de un marino llamado Charlie Marlowe que parte desde Londres a África y que remonta el río Congo en busca del enigmático jefe de una explotación de marfil. Muchos conocen a Kurtz (el colono con el que Marlowe trata de contactar) gracias a la adaptación cinematográfica que hizo Francis Ford Coppola en Apocalypse Now. Aunque el director norteamericano ambientó su película en Vietnam, el personaje que interpreta Marlon Brando es claramente Kurtz.
Lo esencial en él es que, liberado de las restricciones que imponen las sociedades civilizadas, ha roto con todos los límites de la vida social para crear sus propias leyes, su propia taifa. Las últimas palabras que pronuncia antes de morir son archifamosas e inmortales: "El horror, el horror". Hay incluso camisetas serigrafiadas con el colofón de esa novela universal.
Lo más extraordinario de ese Congo que Conrad visitó en la era del rey Leopoldo es que, como dice Luis Arranz, todavía ha preservado vastas zonas de selva que, en todos los sentidos, no han cambiado en nada desde el Siglo XIX. El propio biólogo canario merecería varios libros dada que su biografía está llena de venturosos episodios tapizados con fascinantes atmósferas africanas de aire decimonónico y gestas admirables impregnadas de su compromiso con los animales del continente. Encajaría como un guante en una fábula de Julio Verne.
Tras pasar algunas semanas en Europa, el tinerfeño está a punto de volver de nuevo al Congo y, al igual que el marino de la ficción de Conrad, también parte a la busca de los malvados traficantes de marfil. Donde el escritor polaco escribió "Kurtz" hay que leer ahora "furtivos africanos".
Y, sin embargo, en todo lo demás, el escenario es esencialmente idéntico. Como en la época de Conrad, Luis habrá de navegar río arriba en barcaza varias jornadas. Ahora mismo están construyendo para ellos en los astilleros Chanic Metal de Kinshasa una embarcación fluvial metálica de cuarenta metros de eslora capaz de transportar un contenedor entero. "Si todo va bien, estará acabada ya en abril, que es cuando me dispongo a regresar", explica Luis.

Luis Arranz, el Charlie Marlowe español. Cedida
Hace ahora dos años que se hizo cargo de la dirección del parque de Salonga y la mayor parte de sus esfuerzos se han concentrado en reorganizar toda la logística de su pequeño ejército de guardas, una gota armada en el océano del territorio inmenso que custodian. Recientemente, han comprado una avioneta Cessna 206 de seis plazas.
¿Cómo es posible vigilar un área de 36.000 kilómetros cuadrados con menos de trescientos rangers? Para empezar, exprimiendo al máximo sus escasos recursos materiales y humanos. "En Salonga tenemos 273 guardas que pertenecen al ICCN (Instituto Congolés para la Conservación de la Naturaleza)", apunta Arranz.
"Los tenemos repartidos por seis estaciones. El cuartel general está ahora mismo en Monkoto. Estamos construyendo un albergue y habituando bonobos a la presencia humana en el bloque norte, en Yokelelu. Desde cada una de las posiciones donde los tenemos desplegados organizamos patrullas en el parque de una media de 10 días de duración. Pero es completamente imposible controlar un territorio mayor que Bélgica donde no hay ninguna carretera y nuestros hombres están obligados a moverse en canoas o a pie".
No hay exageración alguna al referir que la reserva de Salonga no ha cambiado desde la época de Conrad. "Galicia tiene 22.000 kilómetros cuadrados; el parque, más de 36.000 sin contar su área de influencia", dice Arranz. "A menudo, tenemos que embarcar los vehículos en una piragua o navegar varias jornadas. Pronto, dispondremos ya de la avioneta y eso facilitará las cosas. Hay pistas de aterrizaje antiguas de la época de la colonia en mal estado que debemos reparar".

Luis Arranz, el Charlie Marlowe español. Cedida
"Conviene decir que la embarcación fluvial no la hemos construido solo para facilitar los desplazamientos", apostilla el biólogo. "El barco es el primero de una serie que pretendemos fletar para transportar productos agrícolas. Además de ocuparnos de la naturaleza, ayudamos a la población de los aledaños con el propósito de ofrecerles alternativas a la caza. El parque tiene 36.000 kilómetros cuadrados pero la zona de intervención se extiende hasta los 70.000. Si les enseñamos a cultivar arroz o cacao, después habrá que transportar esa cosecha para venderla en el mercado".
En realidad, no hay un parque nacional mayor que el de Salonga en toda África. Y tal es su valor que, en 1984, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Se halla justamente al sur del ecuador terrestre, a una altura de entre 350 y setecientos metros sobre el nivel del mar.
Engloba una parte de las provincias de Kasai, Mai-Ndombe y Tshuapa, en el centro del país, y se encuentra constituido por dos partes prácticamente intactas de selva tropical húmeda y de planicies. Protege, entre otras muchas especies, poblaciones de elefantes de jungla, además de los citados bonobos (Pan paniscus).
En vista de las limitaciones de sus recursos y de las dificultades que se derivan de que el lugar haya preservado su estado original salvaje, Arranz intenta priorizar las zonas que consideran más importantes o más amenazadas. "Por supuesto, cuando van a patrullar, nuestros rangers salen armados", apunta el biólogo canario.
La situación en el país no podría ser más inestable, pero la guerra no les ha alcanzado todavía. El domingo pasado, varias columnas de rebeldes del Movimiento 23 de marzo (más conocido como M23) arrasaron Bukavu, capital de Kivu del Sur, con el respaldo de soldados ruandeses. Algunos días antes se habían apoderado de Goma y de sus suministros humanitarios, sembrando de paso el descontrol entre la población.
Aunque el conflicto no ha desbordado hasta el momento Kivu del Norte y Kivu del Sur, en el este del país, todos los conservacionistas que trabajan en la República Democrática del Congo temen una escalada del conflicto o, lo que es más previsible incluso, que el enfrentamiento civil facilite el acceso a las armas de la población o de furtivos no directamente involucrados en la lucha.
Una de las pocas ventajas operativas que poseen los rangers de los parques nacionales situados fuera del peligroso y salvaje este, es el paupérrimo armamento de los cazadores a los que combaten. Esa situación podría cambiar si los grupos armados avanzaran.
"De momento el conflicto no nos afecta", afirma Luis Arranz. "A la zona de Salonga no han llegado todavía guerrillas ni nada que se le parezca. Tanto Goma como Bukavu quedan bastante lejos y considerando el mal estado de las comunicaciones del país o, para ser más precisos, la absoluta falta de infraestructuras, no se les espera de momento y seguimos trabajando normalmente. Si eso no cambia, yo volveré el mes próximo".

Lui Arranz. Cedida
Salvo que haya surgido un contratiempo, en el momento de la publicación de este reportaje el conservacionista tinerfeño debería estar en la reserva centroafricana de Dzanga Tsangha, de la que también es director desde hace diez años (compatibiliza su trabajo como responsable de ambos espacios).
El currículum africano de Luis es asombroso e impactante, no solo por la brillantez de su trabajo como por su compromiso. Trabajó en su juventud como biólogo en Bolivia, Venezuela, Brasil, Paraguay y Perú. De 1992 a 1998 estuvo al frente del Parque de Monte Alén en Guinea Ecuatorial. Posteriormente, se hizo cargo del de Zakouma, en Chad, entre 2001 y 2007, periodo en el que la población de elefantes paso de 1.500 ejemplares censados en 1990 a 3.500, a finales de 2007. Durante los siete años posteriores se hizo cargo del parque de Garamba.
¿Es Salonga peligroso? Tanto como lo puede ser la selva virgen. "Lo de luchar contra los cocodrilos es más de las pelis de Tarzán", bromea el biólogo. "El mayor problema en África son los bichos pequeños y los humanos. Es decir, los grupos rebeldes donde los hay. Es cierto que se producen accidentes con serpientes o elefantes. Hemos tenido también problemas con los hipopótamos, pero eso no es lo habitual. Los elefantes son hervíboros. Si no los hubiéramos hostigado y cazado, podríamos caminar junto a ellos sin problema. En Dzanga Tsangha, puedes acercarte a diez metros de una manada sin que se sientan amenazados. Otra cosa es avanzar por el bosque e interponerte entre la elefanta y su hija".
¿Qué animales protegen en Salonga y cuáles son sus principales amenazas? La riqueza de la fauna de ese parque es extraordinaria. Hay densidades de población significativas de antílopes bongo, mangabeyes de cresta negra y leopardos. Además de bonobos, hay poblaciones de mono Dryaas, colobo rojo de Thollon, distintas clases de pangolines, hipopótamos, mangostas, okapis y búfalos de bosque. Igualmente hay aves raras como garzas bueyeras, cigüeñas negras o el tántalo africano. La más amenazada es el pavo del Congo, que es una especie endémica.
"La gran ventaja de este parque es su aislamiento y la ausencia de guerrillas", sostiene Arranz. "No están matando muchos elefantes porque aquí no llega nadie, ni siquiera los furtivos. La población se lo come todo, y especialmente los primates y los bonobos. Afortunadamente, toma más de una semana llegar a algunos de los rincones donde sobreviven. El problema es la enorme presión humana que hay sobre el parque. Viven sobre todo de la caza y les encantaría entrar en los límites de la reserva para cultivar y para matar pese a que las leyes congolesas lo prohíben".
"Y es para ello para lo que hemos comprado ese avión. Queremos organizar vuelos regulares frecuentes para supervisar todo el espacio y detectar cualquier intento de quemar el bosque para crear un poblado. Que una persona mate un bicho no es tan grave, pero que se establezcan varias docenas de humanos en la selva es un serio contratiempo".