Además de extraordinario escritor, al que sigue uno desde hace años en que descubrió sus inigualables diarios, a Andrés Trapiello le considero un gran maestro de lecturas. La pertenencia a la misma generación y a casi los mismos desengaños de juventud tendrán algo que ver. Siempre hay excepciones en sus recomendaciones de sus artículos los viernes y sábado en El Mundo pero la mayoría son coincidencias.

Las dos últimas recomendaciones trapellianas que he seguido han sido dos epistolarios: el primero el de Stendhall (Grenoble, 1783-París, 1842) al que desgraciadamente, porque no hay traducción española, solo es posible acercarse en francés, aunque uno luego agradece el esfuerzo. El otro es el de un contemporáneo del primer tercio de la vida de Henri Beyle, el aragonés (cazuelo como gusta decirse a sí mismo) José Nicolás de Azara (Barbastro, 1830-París,1804). Castalia, una editorial que cuida estas ediciones ha editado su epistolario entre 1784 y 1804, al cuidado de María Dolores Gimeno Puyol; veinte años de una vida en los que sirvió a sus 'amos', como continuamente califica con toda naturalidad y fidelidad absoluta, a Carlos III y Carlos IV en las embajadas de Roma y París.

Esta correspondencia llena de detalles, tanto de la vida cotidiana, como de la más alta política al encontrarse con personajes como Napoleón -que siempre le respetó- o el papa Pío VI -con el que mantuvo en algún momento un trato casi diario- está también llena de anécdotas y sobre todo de un espíritu liberal. Así se refleja en un tipo de escritura dispuesta siempre a dejar caer una ironía y una inteligencia con sus corresponsales que seguro le convertirán ante los lectores actuales en un gran descubrimiento ya que escribe con una naturalidad envidiable como pedía Stendhall a los escritores afectados de la época.

Y como en un epistolario de esta índole surge en cualquier página la sorpresa a uno le llama la atención cuando en una de sus cartas utiliza la palabra bolo como si en vez de Huesca fuera de Toledo: "Te confieso que no entiendo una palabra de lo que pasa ahí, y me creo un bolo. Están tan lejos esas ideas de las mías que me parecen una lengua que no he oído nunca".

Luego, cuando uno va a la nota que acompaña al párrafo uno se entera también que en 1770 el DRAE ya recogía el calificativo como, "ignorante; suele utilizarse en frases como 'Es un bolo'".

Pues eso, yo y don José Nicolás de Azara, hechos unos bolos leyendo y diciendo bolerías para pasar razonablemente el rato.