
Centro Ocupacional Serranía de Churriana
El colegio de los niños grandes: así se trabaja en un centro ocupacional para personas con discapacidad en Málaga
La asociación Serranía de Churriana tiene el objetivo de otorgar a personas con diversidad funcional un espacio en la comunidad.
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El sonido de una alarma se escucha entre las calles. No es la de un coche, ni la de un colegio, es la de aquel edificio cerca del aeropuerto. Pasado el club de la petanca, “a las afueras” de Churriana, se encuentra el hogar de unos niños grandes que viven la vida como nadie. Algunos llegan en grupo, otros acompañados por sus padres, pero todos con la ilusión del día que se les viene por delante.
Son las nueve de la mañana cuando entran por la puerta y dejan sus mochilas en la clase. Hoy no hay lengua, ni matemáticas, sino otra actividad que esperan con más ganas. Ya en el comedor empieza la acción. Algunos enfundados en delantales, como los cocineros profesionales, se sitúan detrás de la barra: en el Centro Ocupacional Serranía de Churriana para personas con diversidad funcional hoy van a cocinar.
Los miércoles de cada semana toca cocina, aunque cada día hacen una cosa distinta. Al igual que los más pequeños, estos ‘niños grandes’ aprenden lengua, matemáticas, tienen deporte. Pero también jardinería, cerámica, teatro, cuidado del hogar y el cuerpo, limpieza y demás. Las actividades aparecen repartidas en un horario que todos cumplen: a cada hora, una clase y un profesor por grupo, pero los miércoles es el día especial en el que la cocina ocupa todo el cuadrante con todos los chicos que conforman el grupo grande.
Roberto, director del centro y terapeuta ocupacional, toma el mando de los fuegos acompañado de otros chicos. Mientras Lucía, educadora social, se encarga de estar con los demás. El comedor es un aula grande, algunos colorean y pintan, y otros se levantan para averiguar qué se cuece en la cocina. Todos participan, de una forma u otra, y por eso es una de sus actividades favoritas. “El taller de cocina les gusta muchísimo porque ellos ven que pueden hacerlo”, comenta Lucía. Para ellos, llevarse a casa algo suyo y poder mostrarlo es todo un orgullo.
Aunque cada día es distinto, el objetivo principal es mejorar las habilidades de los chicos a través de diferentes talleres. “Trabajamos apoyo de lenguaje, las habilidades sociales, mates, estimulación cognitiva” y demás, explica Lucía. Eso sí: siempre priorizan que ellos disfruten, que entren y salgan del centro con ganas de volver al día siguiente.
Y como no van a querer volver si han formado una familia. Tienen sus rencillas, como ocurre en cualquier relación social. Aunque sí que es cierto que no son iguales al resto, “son personas reales, que no tienen dobleces, ni maldad, son transparentes”, señala Lucía. Son personas inocentes, como unos niños, a pesar de que la edad que aparece en su DNI no diga lo mismo.

Cocina del centro
De hecho, son personas muy queridas en el barrio. Participan en todos los eventos que pueden como en el mercadillo solidario de Navidad, la asociación Teatremos, noches en las que se hace arte o en la verbena veraniega que corre a su cuenta. Aunque necesitan ayuda para ello, no solo de familia y amigos, sino también económica. Y es por ello que cada año compiten para recibir una subvención por parte del Ayuntamiento.
Algunos llevan más tiempo, otros menos. Lo que empezó hace más de 20 años, en 2001, en un cuarto de La Cónsula, es hoy una iniciativa que cuenta con su propio edificio y treinta chicos a su cargo. De igual modo, el camino no ha sido fácil. Es cierto que “no es lo mismo que hace 50 años, en los que estos chicos terminaban metidos en los manicomios”, cuenta Roberto. Pero los prejuicios siguen ahí, todavía hay gente que los mira como bichos raros o incluso con pena cuando salen cada mes a una actividad de ocio fuera del centro.
Aquí no los consideran bichos raros, ni tampoco sienten pena. “Simplemente es ver que ellos tienen ciertas capacidades que no son tan potentes como otras”, comenta Roberto. Sin embargo, llegan a sorprender a cualquiera. El que no es bueno en matemáticas, es un as en el cuidado del hogar, y viceversa. No hay que sentir pena porque son como una persona cualquiera, como tú y como yo. Sienten, piensan y crean, aunque de una manera fuera de lo convencional.

Cerámicas realizadas por los chicos
Muchos de ellos han pasado por otros programas, como es el caso de Miguel Ángel que lleva en este centro desde 2018. Tras varias experiencias, admite que “está mejor aquí”. Amante de los paseos y las plantas, siempre está dispuesto a ayudar a sus compañeros y monitores, con los que espera estar mucho más tiempo.
En cambio, para Vicky es su primer centro. En 2021 llegó desde Guadalmar sin conocer nada ni a nadie. Pero a día de hoy, “está bien”. Mientras habla, Lucía la observa con orgullo: ha levantado la mano para participar en la conversación, y eso es raro en ella. Vicky le da las gracias por ayudarla, y Lucía solo puede abrazarla.
La historia de Tati es diferente a la de ellos. Hace ya unos cinco años se presentó por primera vez ante las puertas del centro. No quería entrar, “me puse nerviosa”, comenta. “Entré a la fuerza, y no quería cambiar de colegio”. Estudió en la universidad Jardinería durante dos años, pero, una vez superados los veintiuno, el servicio público ya no se hace cargo. Ahora la historia es distinta. Viene desde Cártama todos los días, aunque por ella vendría hasta los fines de semana porque “estoy muy bien aquí”, dice.
No son menos válidos por tener una diversidad funcional. Tampoco son unos “bichos raros” por presentar una discapacidad. Son unos niños grandes que viven la vida como nadie, que ríen y se divierten, que también lloran y se enfadan, como cualquier persona. La única diferencia: en ellos no reside la maldad, al contrario que en gran parte de la sociedad.

Sala de estar del centro
Cómo acceder al Centro Ocupacional Serranía de Churriana
Una vez que la atención pública para personas con diversidad funcional finaliza a la edad de 21 años, muchas familias se preguntan dónde pueden llevar a sus hijos, sobrinos, hermanos y demás para que les ayuden a no perder la rutina de su día a día.
De este modo, lo siguiente es un centro privado o concertado. En ambos ya hay lista de espera, y este centro no es la excepción. Para que una persona acceda, el familiar interesado ha de contactar con la asociación a través de alguno de los medios de comunicación (Facebook, Instagram, WhatsApp, teléfono, correo electrónico), o bien puede solicitar una visita con el responsable en cuestión y apuntarse a la lista de espera por si hubiera algún tipo de baja. Cosa que aquí es raro ya que los familiares están encantados.
Ahora bien, hay un proceso de selección. No es que discriminen, sino que tienen que hacer un pequeño estudio para determinar si pueden tratar a esa persona. “Nosotros aquí, atención a gravemente afectado no le podemos dar”, explica Roberto. No porque no quieran, simplemente es “porque consideramos que para este tipo de usuarios que necesitan otro tipo de atención, con tres o cuatro profesionales que tenemos, sería peligroso tanto para el centro como para esa misma persona, ya que no le podríamos dar la atención que requiere”, comenta el director.
Puedes probar suerte y ponerte en contacto con ellos a través de sus redes sociales como Instagram o Facebook en el que aparecen sus datos de contacto.