Una vez dijo Pedro Almodóvar, a mediados de la década pasada, algo así como "al final todos acabaremos trabajando para Netflix". Yo, por aquel entonces, ni había oído hablar de esa plataforma ni, supongo, lo había hecho la mayoría de los españoles.
Lo que desconocía incluso el propio director manchego, imagino, es que no sólo los cineastas, años después, trabajarían para ese imperio de contenidos, que tiene ya 247 millones de suscriptores en poco menos de doscientos países.
Este domingo, Rafael Nadal y Carlos Alcaraz se han enfrentado en las Las Vegas, Nevada (qué oportuno y previsible), en una exhibición que lleva el ostentoso nombre de la Netflix Slam. Y que supone la vuelta de Rafa a las pistas después de sus logros en Australia (no tanto en resultados como en sensaciones) y, sobre todo, tras su polémico acuerdo con Arabia Saudí.
Dice el cantautor norteamericano Jackson Browne, uno de los más excepcionales letristas que ha visto el rock, que tomar una sola curva equivocada a lo largo de tu vida te envía a la mayor de las catacumbas vitales.
Escribe los versos "I took a couple of wrong turns/it only takes you one/to send you down a lifetime/of wondering what you might have done", en A little soon to say, en su último disco Donwhill from everywhere.
Nadal tomó esa curva en Riad a demasiada velocidad y, sin duda, sin la menor necesidad. Después de una carrera maravillosa que le ha convertido en héroe de medio mundo, tomó una decisión del todo lamentable, alineando su imagen con la de uno de los gobiernos más atroces del mundo. Y enviando el olor de su heroísmo (esa lucha, esa pasión, ese esfuerzo, ese talento) a un lugar oscuro y extraño, y también difícil.
Yo, lo confieso, no estuve lejos de comprarme un coche de los que anuncia sólo por sentirme más cerca de quien consideraba que reunía todas las características que me hubiera gustado tener. Con alguna de ellas, probablemente, me habría conformado. Ahora, sólo siento rechazo cuando veo su imagen anunciando una crema solar que ya nunca compraría.
Y fue un solo gesto, un solo contrato. Pero que lo destroza todo.
Rafa quiso enmendar la situación que se había generado y concedió alguna entrevista para aclarar este asunto, sólo para enturbiarlo aún más.
Dijo que sabía lo que iba a pasar si firmaba ese contrato (¿entonces por qué lo habrá firmado?). Le echó la culpa a su equipo por "errores de comunicación" (él, que sólo lo había alabado en público hasta entonces). Y, por último, se excusó diciendo que no había firmado "un súpercontrato", como otros deportistas con el reino de Mohamed bin Salmán (¿acaso creerá que cobrar menos que Jon Ram hace su operación más digna?).
Este fin de semana se le podrá ver de nuevo jugar por televisión. Es una exhibición (casi lógicamente, después de todo lo anterior), aunque supongo que aparecerá al menos intermitentemente algún esbozo de la garra, el carácter, el brío del Nadal de siempre. Pero este Nadal autodestructivo ya no es, desde luego, el Nadal de siempre.