Ayuso no tiene defensa posible. Porque la cifra y la crítica del documental 7291 no se refieren a los muertos por su presunta "mala gestión", sino a los terribles efectos de su perversa ideología.

Que se use a los muertos y el dolor de sus familias para la propaganda ideológica sería escandaloso si hoy fuese martes y esto, Dinamarca.

Pero a estas alturas y por estas latitudes, ya solo podrán escandalizarse los más viejos del lugar o quienes cobran por fingirlo ante las cámaras. Benditos sean.

Los informados, los serios, somos ya demasiado cínicos para pretender que entrar a discutir aquí las cifras de fallecidos en las residencias madrileñas o compararlas con las de otras comunidades tiene el más mínimo sentido.

Está, simplemente, fuera de lugar. Porque nunca fue de esto.

Si lo fuera, si el tema fueran las cifras, el rendimiento de cuentas y la mejora de los protocolos y condiciones por lo que pueda venir, el Gobierno (ejemplar, sin duda, tanto en la prevención post-8M de la crisis como en la gestión y en la salida "en V" y "mucho mejores") se guardaría muy mucho de volver sobre sus pasos como hace el criminal en las malas películas.

De ahí la deshonestidad fundamental de este documental y de esta campaña, que pasa de la crítica ideológica a la cifra de muertos, pero nunca de la cifra de muertos a la crítica ideológica.

Es la lógica deductiva que explica perfectamente por qué Ayuso es presuntamente responsable de cada uno de los 7.291 muertos en las residencias madrileñas y Pedro Sánchez el responsable último, y diríase que único, de todas las vidas salvadas. De esas 450.000 que dijo él mismo y que asumo aproximadas, porque es evidente que aquí una vida más o menos no importa tanto como en las residencias de Ayuso. 

Por si acaso me incluyen en la cifra de vidas salvadas, conste aquí mi más sincero agradecimiento.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en septiembre de 2020.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en septiembre de 2020. Efe

Lo que pasó en las residencias, incluso en algunas (pocas, poquísimas, cabe suponer) de fuera de la Comunidad de Madrid, es realmente de lo más espantoso de la pandemia.

Porque es donde al desamparo habitual de los mayores se suma de la forma más cruel posible todas y cada una de las más duras decisiones que hay que tomar en estos casos. El famoso triaje, que ahora volvemos a descubrir con el mismo espanto que la primera vez, porque el común de los mortales prefiere vivir sin recordar su existencia y su necesidad.

Pero que es imperativo, y categórico, en situación de saturación hospitalaria.

Y que sí, castiga más a los más vulnerables porque ese es su terrible sentido.

Y por eso es tan bajo usarlo como arma política. Y por eso es tan eficaz.

Se trata de proteger a los ciudadanos de las verdades más incómodas porque estas conllevan las más duras responsabilidades.

Por eso, si en algo supuestamente positivo destacó la España confinada de Sánchez fue en la vacunación. Es decir, en la obediencia.

Y por eso cabría criticar y lamentarse porque se trate a los ciudadanos como a niños si no fuese porque a los niños hay rollos que, simplemente, no se les pegan.

A los niños se les distrae con cosas buenas y divertidas y, a veces, incluso se les deja en paz.

Con nosotros, en cambio, no se ahorran ni un día de agitación y propaganda.

Hasta el punto que, todavía en plena pandemia, pero ya en tono de advertencia, El Periódico hizo historia del periodismo al llevar en portada el titular El colapso que no fue. La gestión es impecable, tenemos la mejor sanidad del mundo, nos decía, y no valdrán excusas.

No habrá perdón para la oposición. Para los agoreros. Para los críticos y negacionistas. Para los que no salen al balcón a aplaudir a los sanitarios. Es decir, a la sanidad pública. Es decir, al Estado del bienestar, a la socialdemocracia, al PSOE… a Pedro Sánchez.

El problema no son los muertos. Los muertos se los podrían perdonar a Ayuso, como parece que se los han perdonado a todos y cada uno de los otros presidentes autonómicos. Si Ayuso fuese como todos los demás, claro.

Lo que no podrán perdonarle nunca es que fuese por libre. Que cerrase antes las residencias y abriese antes los bares. Y que lo hiciese en clara y explícita discrepancia con el Gobierno central en un momento en el que cualquier crítica era criminalizada y en que tocaba fingir la unidad del mundo occidental al dictado de la ciencia y la razón para evitar, precisamente, que distintas políticas pudiesen evidenciar distintos resultados y responsabilidades.

Lo que no podrán perdonarle nunca es, en realidad, que fuese la única oposición real al Gobierno socialista. Y que siga siéndolo.

Por eso, Ayuso no tiene defensa posible. Su única salida es el éxito. Porque, por muy compungidos que estén todos con estos siete mil y pico (mientras ignoran a todos y cada uno de los demás muertos), lo que más les pesa no son los errores que pudiera haber cometido Ayuso ni sus terribles consecuencias.

Lo que más les pesa, lo que les resulta simplemente insoportable hasta imaginar, no son sus fracasos. Es su éxito.