Pedro Sánchez ha culminado hoy miércoles su viaje desde aquel "si quiere se lo repito cinco o veinte veces, no voy a pactar con EH Bildu" al que se comprometió con los españoles durante una entrevista en Navarra TV en abril de 2015 hasta ese punto en que los votos de EH Bildu han pasado a engrosar el monto de los del PSOE como si se trataran del mismo partido.
En el Congreso de los Diputados, el presidente del Gobierno se ha vanagloriado frente al líder del PP y jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, del hecho de que este domingo "nueve de cada diez votos en Euskadi hayan ido a partidos políticos que apoyaron esta investidura y a este Gobierno y las políticas que estamos desplegando".
Aunque lo relevante no es tanto esa descripción fáctica como el hecho de que posteriormente el presidente del Gobierno haya añadido, dirigiéndose directamente a Feijóo, "en el País Vasco les ganamos por 9 a 1".
Es ahí, en esa primera persona del plural, en esa subjetividad competitiva mediante la cual Sánchez se incluye en un totum revolutum junto a EH Bildu, donde se esconde el huevo de la serpiente.
Porque lo importante aquí no es que EH Bildu haya apoyado las políticas de Sánchez, sino que EH Bildu y Sánchez son ya uno en la cabeza del propio Sánchez.
El presidente culmina así el tránsito que va desde la consideración de EH Bildu como un partido en la periferia del consenso democrático a su absoluta centralidad como socio estable y de pleno derecho del Gobierno que él encabeza.
Y eso, sólo unos días después de que el PSOE haya acusado a Pello Otxandiano y EH Bildu de ser unos "cobardes" y unos "negacionistas" por su negativa a condenar el terrorismo o a calificar a ETA de "banda terrorista".
Hoy, los votos de EH Bildu se suman ya sin complejos a los del PSOE, como si los votantes aberzales hubieran votado en realidad por el programa del PSOE, o como si los de PSOE lo hubieran hecho por el de EH Bildu.
El viaje del presidente, que supone una enmienda a la totalidad de las tesis que el PSOE ha defendido durante los últimos 45 años de democracia, le ha llevado de estación en estación hasta este punto en que la línea de lo tolerable ha quedado definitivamente borrada en función de sus necesidades parlamentarias coyunturales.
La primera de esas paradas fue la de justificar los votos de EH Bildu con el argumento de que el PSOE no podía evitar que los aberzales votaran a favor de sus leyes. En la segunda de esas paradas, el presidente consideró a EH Bildu como un partido progresista cuyo apoyo era siempre bienvenido en temas sociales y "de progreso". La tercera fue la afirmación de que EH Bildu es un partido "con más sentido de Estado del PP". La cuarta, la entrega a EH Bildu de la alcaldía de Pamplona.
La quinta estación es aquella a la que hemos llegado hoy. Y la pregunta es cuáles serán la sexta e incluso la séptima, en vista de que el presidente ha anunciado ya su intención de agotar la legislatura con los actuales mimbres. Es decir, con el apoyo de EH Bildu.
No puede afirmarse, sin embargo, que la estrategia del presidente, la de considerar como un todo indistinto los votos de todos los partidos que le apoyan en el Congreso de los Diputados, haya nacido hoy.
Porque en las pasadas elecciones autonómicas gallegas del 18 de febrero de este año, Sánchez ya jugó más favor del BNG, el único partido con posibilidades de impedir la mayoría absoluta del PP, que de su propio partido, el PSdeG.
Aunque está por ver que haga lo propio en las elecciones en Cataluña.
Porque ¿sumará Sánchez en Cataluña los votos de ERC y de Junts a los suyos?
¿Los considerará como ladrillos indistintos de ese muro con el que pretende impedir que el PP gobierne en España?
¿Votar a Carles Puigdemont es entonces lo mismo que votar a Salvador Illa?
Y, en sentido inverso, ¿quiénes voten a Salvador Illa estarán votando en realidad por Puigdemont?
El tiempo ha demostrado que no existen grandes consideraciones ideológicas o proyecto político reseñable alguno tras la estrategia del presidente más allá de esa trampa al solitario que consiste en contar los goles en propia puerta como si fueran goles a favor.
La pregunta es si esta deriva política e ideológica, cuyas consecuencias pudieron verse en el resultado de las elecciones del pasado domingo, tiene vuelta atrás o si España ha superado ya el punto de no retorno.