María Moliner, la mujer que enseño a leer a media España (a pesar de Franco).

María Moliner, la mujer que enseño a leer a media España (a pesar de Franco).

Letras

María Moliner, artífice del diccionario único: Andrés Neuman celebra su pasión en una biografía novelada

'Hasta que empieza a brillar' se sumerge en la peripecia de una mujer que hizo historia con dos volúmenes en los que explicaba de forma accesible el significado de todas las palabras del castellano. 

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Dedicado a sus abuelas Blanca y Dorita, "que subrayaban diccionarios", a su padre y a sus propios hijos, Erika y Telmo, "con palabras de amor y amor por las palabras", Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) se embarca en Hasta que empieza a brillar (Alfaguara) en la aventura de novelar la biografía de María Moliner, coincidiendo con el 125 aniversario de su nacimiento. 

La Moliner que retrata Neuman es una mujer apasionada y sensible, tan brillante como tenaz, de una imaginación y sabiduría desbordantes que crea, palabra a palabra, a lo largo de quince años de su vida, un diccionario único.

Nacida en Paniza (Zaragoza) en 1900, María era la segunda hija de Enrique Moliner, médico rural, y de Matilde Ruiz. Precisamente por el trabajo del padre, en 1902 la familia se trasladó a Almazán (Soria) primero y a Madrid después, donde los hermanos Moliner estudiaron, al menos un tiempo, en la Institución Libre de Enseñanza. Sin embargo el padre consiguió plaza como médico marino en 1912 y tras un primer viaje se instaló en Argentina para no volver jamás, lo que hizo que la familia tuviera que regresar a Zaragoza. Además, María debió examinarse de bachillerato por libre.

Pero nada frenó su entusiasmo: entre 1918 y 1921 cursó la Licenciatura de Filosofía y Letras en la universidad de Zaragoza (sección de Historia) obteniendo sobresaliente y Premio Extraordinario. Enamorada desde niña de las palabras y las bibliotecas, en 1922 ingresó por oposición en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos y obtuvo como primer destino el Archivo de Simancas. De ahí pasaría al de la Delegación de Hacienda de Murcia. Precisamente en Murcia conoció al gran amor de su vida, Fernando Ramón, un brillante catedrático de Física con el que se casó en 1925. 

A principios de los años treinta, la familia se traslada a Valencia: Fernando, a la Facultad de Ciencias y María, al Archivo de la Delegación de Hacienda. Fueron sus años más felices, pues, como narra Neuman, participa en algunas de las mejores iniciativas culturales de la Segunda República. También coincide con algunas de las más destacadas figuras del siglo XX, como Luis Buñuel, amigo desde los tiempos universitarios de Zaragoza y, según Neuman, secreto enamorado de la filóloga, o a un joven poeta granadino, ceceante y muy divertido, del que luego sabrá el nombre: Federico García Lorca.

También colabora en la Escuela Cossío, inspirada en la Institución Libre de Enseñanza, donde enseña Literatura y Gramática, y se suma con entusiasmo a las Misiones Pedagógicas de la República, ocupándose de la  organización de las bibliotecas rurales, que recorre incansable para dotarlas de fondos, ayudar a sus responsables...

Palabras depuradas  

Al término de la Guerra Civil los Moliner y sus amigos sufren represalias. Muchos huyen al exilio; otros, como Antonio Machado, mueren lejos de España. Fernando es suspendido de empleo y sueldo, trasladado a Murcia y rehabilitado en Salamanca a partir de 1946, donde permanecerá hasta su jubilación en 1962. También María Moliner es depurada y sufre la pérdida de 18 puestos en el escalafón de la burocracia archivera y bibliotecaria, aunque acabará recuperándolos en 1958. Antes, en 1946, pasa a dirigir la biblioteca de la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid, donde trabajará hasta que se jubiló en 1970.

Con sus hijos ya adultos, roba tiempo al tiempo para dedicarse a estudiar las palabras. Y decide crear su propio Diccionario, porque el de la Real Academia le resulta redundante y anticuado. Por ejemplo, explica Neuman poniéndose en su piel, "si una consultaba qué significaba amparar, la respuesta de la Academia era 'favorecer, proteger'. Una preguntaba entonces qué significaba favorecer. Simple, querida: 'ayudar, amparar, socorrer'. ¿Y proteger, caballeros. Pues nada menos que 'amparar, favorecer, defender'. ¿Habría suerte con defender? No demasiada: 'amparar, librar, proteger'. Nada nos amparaba, libraba ni protegía de seguir dando vueltas. La mayoría de hablantes, pensaba María, usaba con sentido común el vocabulario, pero casi nadie era capaz de definirlo. Esa paradoja la fascinaba".

Y en 1953 se puso manos a la obra. Durante quince años, ficha a ficha, tarde a tarde, fue desbrozando el uso del idioma. "Doblaba los papeles con el sello de la Escuela de Ingenieros, los economizaba transformándolos. Dos fichas por hoja, un vocablo por ficha. Desgastaba su lápiz en los borradores de cada definición. Reunía sinónimos, expresiones, frases hechas y familias de palabras. Si quedaba conforme, transcribía la entrada en su Olivetti Pluma 22. Terminaba de hacer las últimas correcciones, sobre el texto mecanografiado, con la maltrecha Montblanc de su padre", escribe Neuman.

Portada de 'Hasta que empieza a brillar' (Alfaguara)

Portada de 'Hasta que empieza a brillar' (Alfaguara)

De hecho, escribía a mano una palabra en una ficha y se quedaba mirándola "hasta que empieza a brillar", como dice el verso de Emily Dickinson. Quería que "el sentido común de los hablantes, y no las ortodoxias de los especialistas", guiara su diccionario, explica Neuman, que resalta cómo aspiraba a introducir innovaciones como la de simplificar y actualizar las definiciones de todas las palabras, con sus incontables ejemplos prácticos que a menudo le llevaban más tiempo que las propias definiciones, mientras despejaba dudas de gramática, contexto o construcción de frases "vertidas a una forma más actual, más concisa, despojada de retoricismo y, en suma, más ágil".

El resultado fue un Diccionario de uso del español que publicó la legendaria editorial Gredos entre 1966 y 1967 en dos volúmenes. La primera edición tuvo veinte reimpresiones y su éxito fue tal que María descubrió que la gente se llevaba los tomos bajo el brazo, como si fueran barras de pan. Más aún, durante décadas, su Diccionario fue conocido simplemente como el María Moliner. El diccionario "más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana" según García Márquez.

Sin embargo, no todo fueron alegrías. Recién publicado, comenzó a descubrir erratas y a enviar incontables correcciones que los trabajadores de Gredos recibían apesadumbrados porque arreglar una entrada daba pie a descubrir nuevos errores, y a nuevas precisiones.

Mayor pesar le causó el rechazo de la Real Academia. En 1972 un grupo de viejos amigos encabezados por el director de la Institución, Dámaso Alonso, y por Rafael Lapesa, propusieron su candidatura para ocupar el sillón B al que también optaban Emilio Alarcos y José García Nieto. Los dos obtuvieron más votos y finalmente Alarcos fue el elegido.

Poco después, el marido de Moliner empezó a sufrir una severa ceguera por unas cataratas. Con todo, apunta su nieta, "cuando mi abuelo murió, ella perdió parte de su luz".  Toda, en realidad, porque a partir de 1975 se agravó una arteriosclerosis cerebral que en sus últimos años la privó de su lucidez, del sentido de las palabras incluso, hasta su muerte el 22 de enero de 1981.