TÍAS. El odioso crítico teatral Mortimer Brewster se dispone a casarse con Elaine Harper, su guapa novia. Cuando decide despedirse de Abby y Martha, las bondadosas tías solteras que lo criaron, descubre que estas guardan el cadáver de un anciano en un arcón del salón de su casa de Brooklyn.
Hay más: las adorables viejecitas han enterrado en su sótano otros onces cadáveres, tarea de la que se ocupa Teddy, su chiflado sobrino, que cree ser el presidente Theodore Roosevelt y estar excavando el Canal de Panamá. Las tías atraen a su casa a ancianos solitarios mediante una habitación en alquiler y los ultiman, con el benévolo objetivo de ahorrarles una penosa decadencia, proporcionándoles una copita de vino de saúco a la que añaden arsénico, estricnina y cianuro.
Mortimer procurará evitar la cárcel a sus caritativas tías achacando las muertes al loco de Teddy, para lo cual, y mientras trata de ocultar el pastel a su enamorada, intentará internarlo en un frenopático. Su tarea no es fácil: la casa es frecuentada por unos ingenuos policías que adoran a las tías por su encantador carácter y, para colmo, todo se complica cuando llegan su hermano mayor, Jonathan, un asesino psicópata fugado, y su amigo, el alcohólico doctor Einstein, que traen otro fiambre para esconder.
MOVIMIENTO. Este es el argumento de Arsénico por compasión (1941), la vertiginosa comedia teatral del dramaturgo norteamericano Joseph Kesserling (1902-1967), recién editada con traducción de Raquel García Rojas por Hoja de Lata. Su lectura es tan divertida como la visión de la película homónima de Frank Capra (1897-1991), disponible en Filmin y en Movistar Plus+, en esta segunda plataforma junto a otras veinte más del director siciliano. ¡Gran ciclo!
Leer la obra y ver la película es muy provechoso para comprender y disfrutar de los mecanismos y criterios de la adaptación. Capra hizo que Mortimer (un Cary Grant desatado) y Elaine (Priscilla Lane) estuvieran recién casados pese a las reticencias de él y suprimió el único tramo farragoso de la pieza teatral. Kesserling, como si tuviera en la cabeza el montaje ideal, hace en su texto muchas indicaciones sobre las posiciones y los desplazamientos de los personajes, y Capra dotó a su película de un movimiento frenético.
La lectura de la vertiginosa comedia teatral de Kesserling, recién editada por Hoja de Lata, es tan divertida como la película homónima de Capra
La carpintería de Kesserling como comediógrafo, amén de los diálogos, es portentosa: la tensión que se deriva del arcón, de la ocultación de los cadáveres, del vino envenenado que pasa de mano en mano y no ha de ser bebido, de las numerosas puertas por las que salen y entran los personajes en momentos críticos, de las llamadas del y al teléfono del salón o de la llegada de visitantes inoportunos dota a la acción de un ritmo anonadante y de unos vaivenes incesantes.
SALUDOS. La anotación final de Kesserling es genial: "Para los saludos, se sugiere que los doce ancianos caballeros salgan en fila por la puerta del sótano, se coloquen en paralelo al proscenio y hagan una reverencia". Dudo de que los doce muertos invisibles hayan salido a saludar al público en alguna representación. Sería un golpe cómico fabuloso.
La función fue un éxito extraordinario en Broadway y estuvo tres años y medio seguidos en cartel, tanto es así que, por contrato, la película, rodada en solo ocho semanas, no pudo estrenarse hasta 1944, tres años después de su realización. Boris Karloff hacía sobre las tablas del pérfido Jonathan, que se tomaba muy a mal las varias veces que le señalaban su siniestro parecido con... Boris Karloff en Frankenstein.
Negrísima –y blanca a la vez– comedia sobre la bondad, la cordura y el amor, Arsénico por compasión, con guion de los hermanos Julius y Philip Epstein (los guionistas de Casablanca), está plagada de bromas sobre el teatro, el cine, la religión, la política y, claro es, el asesinato.