Íñigo Errejón en la manifestación del 8-M en Madrid en 2023.

Íñigo Errejón en la manifestación del 8-M en Madrid en 2023.

Columnas LOS PESARES Y LOS DÍAS

En defensa del puritanismo en política

Es absurdo suponer que los vicios privados de un político no afectarán igualmente a su gestión de la cosa pública.

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A la vista de los mensajes que han proliferado estos días a propósito de las manifestaciones del 8-M, y de su participación en ellas de partidos que encubrieron las conductas sexualmente inapropiadas de sus cuadros, se diría que hemos extraído la lección equivocada de los casos de Errejón y Monedero.

El razonamiento de la derecha liberal-libertina es más o menos como sigue: este es vuestro castigo por exigir para los demás unos estándares morales que vosotros mismos no sois capaces de cumplir.

Lo condenable de Errejón, Monedero y compañía no residiría, por tanto, en que fueran rijosos en privado (en su derecho están), sino en que fueran inquisidores en público.

Es decir, que lo único reprochable en su actitud es el "puritanismo" hipócrita que enarbolaron.

El problema de esta lógica es que reproduce una indulgencia hacia los comportamientos improcedentes que explica en gran medida su elevada frecuencia en nuestra vida pública. 

Jésica Rodríguez, el exministro José Luis Ábalos y su asistente Koldo García, en un viaje oficial en Moscú.

Jésica Rodríguez, el exministro José Luis Ábalos y su asistente Koldo García, en un viaje oficial en Moscú. EE

Se ha instalado en nuestro imaginario la idea de que nuestra cultura política es más sofisticada que la de otros países de impronta protestante, dado que sabemos discriminar las conductas privadas de un representante político de sus acciones públicas, y juzgarle sólo por estas.

Pero, como suele pasar con nociones arraigadas por falta de examen, esta idea es estúpida.

Porque ¿acaso no es absurdo suponer que la comparecencia en la dimensión política permite levantar una frontera nítida gracias a la cual la vis pública de un representante no se ve contaminada por su faceta privada?

¿No es más razonable esperar que los vicios del carácter de un político afectarán igualmente a su gestión de la cosa pública?

Si el político-ciudadano es incapaz de sujetar sus bajas pasiones en su vida cotidiana, nada nos permite concluir que será capaz de guiarse por nobles principios en su vida pública.

Hay pocos casos más elocuentes en este sentido que el del rey Juan Carlos, un hombre esclavo de su incontinencia venérea hasta el punto de haber comprometido la continuidad de la Corona española y de la seguridad del Estado por sus apetitos desordenados.

O el ejemplo más reciente de José Luis Ábalos. ¿O acaso alguien puede aseverar que no hay una correspondencia entre la falta de escrúpulos de un hombre que solicitaba servicios de prostitución por catálogo y la ausencia de reparos de un ministro para, más que presumiblemente, beneficiarse de una trama de corrupción en su ministerio?

¿Es menos cierto que fue la imposibilidad de mantener en compartimentos estancos su desempeño como diputado y su vida secreta de ninfomanía y drogodependencia lo que acabó con la carrera de Errejón?

El problema con el fariseísmo podemita no es que incurra, como corroboró Errejón, en "una contradicción entre la persona y el personaje". El problema está en la lógica en virtud de la cual hemos asimilado que es posible trazar semejante distinción entre una persona particular y un personaje político.

Y esto no significa asentir a la máxima ultraizquierdista de que "lo personal es político", que difumina los contornos de lo público y lo privado para justificar la supervisión totalitaria de la intimidad por la autoridad civil.

Pero si bien lo personal no es político, lo cierto es que lo político es también personal.

Al reprocharle a la izquierda feminista que se erija en una "nueva Inquisición", la derecha no advierte que está revalidando un clima de tolerancia hacia lo aberrante que incuba disposiciones perversas hacia lo público.

Todo parte de la equivocada idea moderna de la política, que escinde la política de la moral, como si la política no fuera por definición una actividad moral. Es decir, una serie de prácticas colectivas que dan forma al carácter de los miembros de una comunidad.

Si afirmar que un hombre de vida disoluta no puede ser un buen político es "puritanismo", entonces me declaro sin rubor el mayor de los puritanos.