Patricia Gómez y María Jesús González despiertan los fantasmas del hospital psiquiátrico
La exposición en la galería 1 Mira Madrid, una de las más destacables de la temporada, nos sitúa en el rol de los enfermos que los habitaron.
1 octubre, 2024 01:50En 1971 y 1973 Antoni Tàpies realizó dos obras en las que utilizó sendos fragmentos de pinturas murales (¡!) que habían sido arrancadas de alguna de las iglesias del románico pirenaico, sometidas al expolio durante décadas.
Aquellas transferencias desde la pared a un soporte móvil se insertaban en una práctica tradicional (la de los estrattisti) en cuya estela se puede situar, con otras motivaciones, la producción de Patricia Gómez y Mª Jesús González (Valencia, 1978) durante más de veinte años.
Curiosamente, uno de los polípticos de pintura arrancada que vemos en esta exposición se da un claro aire a la pintura de Tápies, como ellas han señalado. No es de extrañar, puesto que tanto él como otros artistas en la onda del informalismo y de los nuevos realismos prestaron atención a los valores plásticos del muro que guarda las huellas del tiempo y de la acción humana.
El enfoque arqueológico, aplicado a los estratos no de la tierra sino de los paramentos, se combina en ellas con una crítica a las dinámicas sociopolíticas que han provocado el abandono de ciertas áreas de habitación o han generado los espacios de reclusión y castigo –cárceles, centros de internamiento, este manicomio– en los que han centrado sus práctica artística en los últimos veinte años.
Ahora presentan en Madrid una parte del desarrollado desde 2017 en el gigantesco hospital psiquiátrico de Bétera, en Valencia, despellejado para rescatar las vivencias que quedaron impregnadas en sus muros y las imágenes fantasmales que sus espejos contemplaron.
El componente estético tiene más peso aquí que en trabajos anteriores en los que primaban el registro y la documentación. Es algo que se percibe ya en la elección de los fragmentos de pared, que podrían pasar por trabajadas abstracciones pictóricas: se refieren a ellas como “paisajes” y su formato está determinado por las dimensiones de las ventanas de las habitaciones del hospital, lo que las convierte en “vistas” hacia el interior (de la construcción y de la mente).
Pero esa intención estética se ve sobre todo en las presentaciones que han hecho del conjunto. Los “arranques”, como unidades plásticas, se ordenan según distintas lógicas de armonía o contraste en hermosos polípticos que tienen en su estructura algún eco del Minimal.
Lo que más fascina al espectador, sin embargo, es la instalación de los espejos sacados de allí, enfrentados a fotografías que recogen el reflejo que cada uno contenía in situ.
El espejo es, en el imaginario universal, umbral hacia otros mundos y superficie sobre la convocar espíritus. Los espejos viejos, con pérdidas de azogue, deslustrados por las manchas y el polvo –fijado sobre ellos– nos enjaulan y nos desfiguran en una sala de la galería, a la vez que nos trasladan a los cuartos y los pasillos del psiquiátrico, poniéndonos en el lugar de los enfermos que se miraron en ellos.
El proyecto rescata las vivencias que quedaron impregnadas en los muros de un hospital psiquiátrico
Quizá alguno padeció uno de los síndromes de identificación errónea que la psiquiatría caracteriza: el llamado Signo del Espejo, que nos afecta en diversos sentidos como sociedad, incapaz de reconocerse a sí misma.
El hospital queda reconfigurado; tanto los espejos como los arranques cosen espacios en origen separados –y segregados– que se nos echan encima en esta pequeña galería que nos ofrece el mayor evento de esta Apertura.